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Energía 1.0: el pasado que nunca más volverá

Los sistemas energéticos que se impusieron a lo largo del siglo XX se basaban en proporcionar combustibles y electricidad a millones de usuarios: combustibles obtenidos en grandes instalaciones que refinan el petróleo, electricidad obtenida a base de quemar (y/o fisionar) materiales minerales fósiles (o nucleares) en grandes centrales térmicas (y/o nucleares). Todo ello conforma un sistema altamente centralizado, propiedad de muy pocas y muy grandes corporaciones, y con muy bajas eficiencias de transformación de la energía primaria (contenida en los combustibles) en la energía final disponible para su uso; energía final que las mismas grandes corporaciones transportaban, distribuían y comercializaban.

Este era el esquema que se fue imponiendo en la industria del gas y del petróleo. Y también en la industria eléctrica, después de que Thomas Edison pusiera en funcionamiento la central eléctrica de Pearl Street, hace 130 años, y después de que Samuel Insull, de la Commonwealth Edison, liderara el movimiento que condujo hacia la creación de los monopolios territoriales de electricidad. Se podría considerar esta manera de hacer como energía 1.0, o más concretamente, electricidad 1.0.

La primera sacudida a este esquema vino cuando los precios del petróleo se multiplicaron por cuatro, en 1973-1974 (primera crisis del petróleo) y se volvieron a multiplicar en 1979-1980 (segunda crisis del petróleo). Esto hizo que el precio de la electricidad generada con combustibles fósiles líquidos aumentara, en unos momentos en que se incrementaban de forma muy considerable las tasas de interés del dinero, haciendo que los costes de construcción de las nuevas centrales térmicas (fósiles y nucleares) se dispararan. Incluso, en 1984, el Business Week se llegó a preguntar: ¿son obsoletas las empresas eléctricas?

En diferentes países, los reguladores de la industria eléctrica respondieron con lo que se llama ‘planeamiento al menor coste’ que hacía que las eléctricas debieran considerar los costes en la mejora de la eficiencia energética antes de decidir la construcción de nuevas centrales de generación. En un desesperado esfuerzo para reducir la dependencia del petróleo, en EEUU se adoptó en 1978 la Public Utility Regulatory Policies Act (PURPA) que abría el mercado de generación de electricidad a entidades, independientes de los monopolios, que emplearan centrales de generación con muy elevada eficiencia o a partir de renovables. En España, esto se tradujo en la adopción de la Ley 82/1980 sobre Conservación de la energía, que reconocía a los autoproductores de energía eléctrica con cogeneración y renovables.

La segunda sacudida comenzó en los años 90, a medida que los generadores eléctricos independientes iban cogiendo fuerza, pues generaban cada vez más electricidad, haciendo que los monopolios vieran mermar su tradicional pastel. Al mismo tiempo, la generación a partir de fuentes renovables iba en aumento. Y quien generaba con renovables no eran los monopolios, que originalmente renegaron de esta forma de generación de electricidad.

Energía 2.0: más de lo mismo, sin embargo…

Ante los acontecimientos, algunas grandes empresas eléctricas, más bien pocas, reaccionaron, intentando adaptarse a los cambios, desarrollando un nuevo modelo eléctrico que llamaremos electricidad 2.0, dado que aceptan incorporar en su mix de generación fósil–nuclear, las tecnologías renovables (con grandes parques eólicos y grandes centrales solares), eso sí, sin modificar ni un ápice la estructura del sistema eléctrico. A la vez, estas mismas empresas iniciaron la guerra contra la generación renovable, haciendo frente abiertamente a la generación distribuida en manos de terceras partes que no fueran ellas mismas.

Con todo ello, tenemos una situación de guerra abierta entre los que controlan las grandes corporaciones eléctricas y los usuarios de la electricidad, que hasta entonces eran sus clientes–usuarios, pero que, con la apropiación social de las tecnologías renovables que se está produciendo en los últimos años, van dejando atrás su papel de usuarios–consumidores pasivos, convirtiéndose en activos productores de electricidad, sin dejar de ser usuarios de energía eléctrica. Por eso hoy se puede hablar de productores–usuarios («producers-users: produsers»).

A medida que cada vez hay más “produsers” de electricidad, las grandes empresas eléctricas ven mermar su negocio (centrado tradicionalmente en la venta de kWh, desde que se inventó el contador de unidades de electricidad) e incluso ven como se pone en peligro su continuidad, debido a que se produce un estancamiento en las ventas de electricidad, habiendo hecho grandes inversiones en infraestructuras de generación (centrales de ciclo combinado de gas e infraestructuras de transmisión, todas ellas, inversiones imprudentes), cuando el reto es hacer que las redes de distribución sean bidireccionales y abiertas a cualquier generador, por pequeño que sea.

Incluso cuando se ponen a desarrollar lo que se llama ‘redes inteligentes’, poco hacen más que poner contadores digitales ‘inteligentes’ para poder hacer las lecturas sin tener que ir al domicilio de los usuarios, pero que no permiten ni establecer comunicación bidireccional, ni proveen datos en tiempo real a los usuarios, ni posibilitan integrar software para la gestión automática del uso de energía en casa, ni están equipados para dar respuesta local desde la demanda, cuando éste tipo de contadores podrían dar todos estos servicios y dotar de un buen nivel de real inteligencia al sistema, pero las eléctricas 2.0 demuestran poca voluntad en utilizar todas estas oportunidades.

El aumento de la generación distribuida de electricidad a partir de fuentes renovables y la propiedad de estas instalaciones por parte de los usuarios son una clara disrupción del modelo de negocio eléctrico que ha dominado todo el siglo XX y aún pretende dominar, como lo demuestra el hecho de que las empresas eléctricas hayan optado, mayoritariamente, por hacer frente a esta situación de disrupción haciendo lo que ya dijo el Mahatma Gandhi con respecto a las entidades atrincheradas: «primero te ignoran, luego te ridiculizan, luego te combaten y finalmente los ganas».

Durante muchos años las empresas eléctricas ignoraron y ridiculizaron la generación distribuida de electricidad a partir de las fuentes renovables de energía, pero hoy esto ya no es posible. Dada la amenaza en la línea de flotación de las eléctricas que supone la generación distribuida, éstas han decidido combatirla, situación en la que hoy nos encontramos.

Pero ¿cuáles deberían ser los principios que guien la electricidad 2.0, además de los clásicos principios de proveer un servicio eléctrico al alcance y seguro, propios de la electricidad 1.0? Esos principios son: reducir las necesidades de energía mediante no sólo su generación eficiente, sino también, haciendo un uso eficiente de la energía; reducir las emisiones de CO2 abandonando la generación de electricidad a base de quemar combustibles fósiles poniéndose a generar electricidad con renovables; aumentar la eficiencia de las redes de distribución, con redes inteligentes que permitan la circulación en ambos sentidos, responder desde la demanda, generar localmente a partir de las fuentes renovables; aumentar la flexibilidad de la red para dar cabida a cada vez mayor proporción de renovables variables, bien sean generadas por las empresas eléctricas, bien lo sean por usuarios generadores particulares.

Estos principios, hoy por hoy, no casan con la típica práctica de los negocios eléctricos, pero son indiferentes a la oportunidad económica, o sea que los principios de lo que se denomina electricidad 2.0 pueden ser implementados a través del control de las redes por parte de las empresas eléctricas (y con los beneficios correspondientes) o pueden ser llevados a cabo en el marco de una economía eléctrica descentralizada y democratizada.

Los cambios estructurales para lograr estos principios tienen dos puntos en común: 1) un planeamiento que integre los recursos a nivel local y regional (asegurar que cuando se planee aumentar la capacidad de generación y/o de redes, las empresas eléctricas –o los gestores de las redes– consideren qué necesidades pueden ser cubiertas con soluciones locales que incluyan tejados solares, almacenamiento de energía, vehículos eléctricos e, incluso, medidas que no requieran capital, tales como electrodomésticos inteligentes y controlables), y 2) una operativa independiente y neutral del sistema de distribución (eliminar el conflicto de intereses que hace que las empresas eléctricas prefieran construir nuevas infraestructuras antes que llevar a la práctica la eficiencia, o permitir la generación local por parte de la competencia o por parte de los sus mismos usuarios).

Para hacer posible la electricidad 2.0 se precisa de un papel activo por parte de los reguladores. Pero, hoy en día, vemos cómo buena parte de los reguladores han sido cooptados por las grandes empresas eléctricas, lo que quiere decir que regulan en función de los intereses de las grandes empresas y no al servicio del interés común.

Energía 3.0 = Democracia energÉTICA

La energía 3.0 o democracia energÉTICA se puede describir como un sistema energético que da poder a las personas y a las comunidades que disponen de los recursos energéticos renovables locales para que saquen provecho de su captación, transformación y uso. Comparte los principios de la electricidad 2.0 –eficiente, sin emisiones de carbono fósil, sistema eléctrico flexible– pero añade dos principios básicos más: control local y acceso equitativo.

¿Qué significa control local? Quiere decir que las comunidades deben tener la autoridad para tomar decisiones sobre su economía energÉTICA, sopesando no sólo los costes energéticos, sino también los beneficios económicos. Como han demostrado diferentes estudios, la propiedad local de los sistemas energéticos renovables tiene un impacto económico local sustancialmente más elevado, suficiente para contrapesar los costes de producción marginalmente más altos.

¿Que significa equitativo? Significa que todas las personas deben tener acceso a la propiedad de las tecnologías para la captación, transformación y uso de las energías renovables locales y a la autoridad sobre la red, incluso en el caso de que no sean propietarias, ni sean ricas. Como los recursos de un sistema eléctrico del siglo 21 (el viento y el Sol) pertenecen a todos, todas las personas residentes en una comunidad deben compartir la riqueza que genera el aprovechamiento de las fuentes de energía renovables locales.

El centro estructural de un sistema eléctrico democrático es una gestión de la red que no discrimine a los usuarios, al igual que la gestión de las carreteras no discrimina a quien las utiliza. El gestor de la red no debe tener ningún interés financiero en hacer nuevas redes o en construir nuevas centrales de generación, a expensas de sus competidores. Las reglas de la red deben permitir también las transacciones de igual a igual mediante un acceso equitativo y unos precios transparentes (por la energía, el control del voltaje y de la frecuencia, ‘ramping’, etc). La democracia energÉTICA también se basa en un acceso equitativo al capital y a la financiación.

Aunque no es una medida política, la democracia energÉTICA requiere que la comunidad se organice y también precisa de una buena gestión. Esto quiere decir, educar y empoderar a todas las personas usuarias de las redes para que conozcan sus oportunidades, no solo de ser activas en la energía sino de interaccionar entre ellas, y entre ellas y las redes.

Sólo la democracia energÉTICA creará una economía de la energía justa y equitativa, que encauce las oportunidades tecnológicas de la red ampliamente distribuida y de las fuentes renovables locales con la oportunidad económica de las comunidades para recuperar el control social del mercado de la electricidad, hoy todavía en manos de los oligopolios que hacen y deshacen a su aire, con la abierta complicidad de los reguladores.

FUENTE: Pep Puig para Energías Renovables

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